Los días posteriores al Hontanar son siempre días de muchos sentimientos encontrados, infinitud de ellos. Este año no ha sido una excepción, y a pesar de haber disfrutado de unos días maravillosos en compañía de personas increíbles, terminó con más sombras que luces.
O al menos eso es lo que podría parecer desde fuera, pero no, realmente no ha sido así. A pesar de algún que otro aguijonazo doloroso y envenenado, enseguida encontramos el antídoto. Y fue bien fácil, tan solo tuvimos que refugiarnos en las mismas personas con las que tratamos de construir cada verano (y algún fin de semana de invierno) un espacio de encuentro, de amistad, de cariño, de empatía, de amor...
Como se suele decir, la unión hace la fuerza, y así ha sido una vez más. Más unidos y más fuertes que nunca, dispuestos a seguir tratando de mejorar cada rincón del mundo extendiendo la epidemia desde un rinconcito enclavado entre Ibi y Alcoy.
Puede que seamos muy buenos modelos, o también puede que seamos muy malos ejemplos, pero hay una cosa que no se nos puede negar, y es que, por encima de todo, queremos y creemos en todas y cada una de las personas que pasan por ese rinconcito tan especial. Lo que hacemos bien o mal es subjetivo, la opinión sobre el campamento depende de quién mire y de la intención con la que lo haga.
Al final, la única certeza que tenemos es que siempre, todo lo que hacemos, lo hacemos desde el amor, la empatía, el diálogo, la alegría y el buen humor, que son la esencia de El Hontanar. Como escribí hace un tiempo, El Hontanar es un manantial de amor, un manantial del que todos queremos beber y cuyo caudal es abundante gracias a todos los que pasan por allí con buenas intenciones, estén 3 horas, un día o diez. Vosotros también sois la esencia de El Hontanar.
¡GRACIAS POR TANTO!