Para
ilustrar la necesidad de preguntarse el por qué de las cosas, la
necesidad de cuestionarse lo establecido, la necesidad
de conocer las propias creencias y desafiarlas regularmente, contaré
hoy la paradoja de los monos y los
plátanos.
En
un experimento se metieron cinco monos en una habitación. En el
centro de la misma ubicaron una escalera, y
en lo alto, unos plátanos. Cuando uno de los monos ascendía por la
escalera para acceder a los plátanos, los experimentadores
rociaban al resto de monos con un chorro de agua fría. Al cabo de un
tiempo, los monos asimilaron
la conexión entre el uso de la escalera y el chorro de agua fría,
de modo que cuando uno de ellos se aventuraba
a ascender un busca de un plátano, el resto de monos se lo impedían
con violencia. Al final, e incluso
ante la tentación del alimento, ningún mono se atrevía a subir por
la escalera.
En
ese momento, los experimentadores extrajeron uno de los cinco monos
iniciales e introdujeron uno nuevo en la
habitación.
El
mono nuevo, naturalmente, trepó por la escalera en busca de los
plátanos. En cuanto los demás observaron sus
intenciones, se abalanzaron sobre él y lo bajaron a golpes antes de
que el chorro de agua fría hiciera su aparición.
Después de repetirse la experiencia varias veces, al final el nuevo
mono comprendió que era mejor para
su integridad renunciar a ascender por la escalera.
Los
experimentadores sustituyeron otra vez a uno de los monos del grupo
inicial. El primer mono sustituido participó
con especial interés en las palizas al nuevo mono trepador.
Posteriormente
se repitió el proceso con el tercer, cuarto y quinto mono, hasta que
llegó un momento en que todos
los monos del experimento inicial habían sido sustituidos.
En
ese momento, los experimentadores se encontraron con algo
sorprendente. Ninguno de los monos que había en
la habitación había recibido nunca el chorro de agua fría. Sin
embargo, ninguno se atrevía a trepar para hacerse
con los plátanos. Si hubieran podido preguntar a los primates por
qué no subían para alcanzar el alimento,
probablemente la respuesta hubiera sido esta "No lo sé. Esto
siempre ha sido así".
El artículo termina con una cita de Einstein: "Triste época la nuestra. Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio."
De mi propia cosecha tampoco tengo mucho más que añadir, simplemente invitar a todos los que leáis esta entrada, a reflexionar en qué aspectos o situaciones de vuestras vidas habéis sido cargados con prejuicios que no eran vuestros y que no os han permitido actuar como os hubiera gustado.
¿No os resulta curioso que ante todo aquello que puede suponer un gran cambio positivo en la sociedad y, por tanto, en el ser humano nos sale un cartelito bien cargado de neones con la palabra UTOPÍA en mayúsculas y bien clarita?
Pues si,el miedo a lo desconocido nos hace ser vulnerables y cuando alguien es más audaz pues te manipula y utiliza para su bien " y se come los platanos ".Lo vivimos todos los días.Salud.
ResponderEliminarComo bien dice el señor Anónimo, tenemos miedo, miedo a lo desconocido. Una subvariedad de ese miedo es el temor al cambio; hablando groseramente (es decir, grosso modo y no de forma ordinaria), creo que es un axioma que subyace en la mente de las personas con una ideologia conservadora (como por ejemplo yo, así que hablo con un pelín de conocimiento o experiencia).
ResponderEliminarSea como sea, argumentos del tipo "esto se hace así porque siemmpre se hizo así" o "esto hay que hacerlo asá porquue como se hizo siempre no funciona bien" me resultan desde todo punto falaces y erróneos. Cualquuier decisión habbría quue razonarla de forma coherente y razonable, pero eso es muy pesado. Por ello, lo razonamos una vez para un caso particular, geralizamos ese argumennto para todo y nos encasillamos como coonservadores o progresistas. Porque encasillarse nos resulta más fácil y cómodo que razonar.