viernes, 24 de enero de 2014

Érase una vez un muchacho llamado...

Érase una vez un muchacho de cuyo nombre no logro acordarme. Vivía feliz en un entrañable pueblo encajado en las montañas. Allí, su día a día consistía en acompañar a las ovejas de su padre a pastar, mientras su progenitor quedaba al cuidado del resto de animales de su pequeña granja. 

Además, día tras día, el muchacho acudía a comprar pan a la propia casa del panadero, pues era un pueblecito no demasiado grande. A pesar de su pequeño tamaño, la gente acudía en masa a comprar pan allí, pues el que hacían en este pueblito era pan como el de antes, así que siempre era necesario guardar cola para poder comprar. El muchacho era algo retraído y tímido, además de ser muy amable y educado. Y puede que por la unión de todas estas cosas, le tomaban por el pito del sereno. Se pasaba un buen rato viendo cómo la gente se le colaba, pidiendo "por favor" el pan a Pedro, el panadero. "Disculpe", "estaba yo primero", "señora", "pero oiga..." y un sinfín de expresiones cordiales manaban de su boca. 

Así, día tras día, se ganaba una pequeña bronca de su padre. 
-Hijo mío, no puedes llegar siempre tarde de comprar el pan, te necesito para que lleves las ovejas a pastar.
-Ya, pero pap... 
-No, no busques excusas. Has de hacerte respetar, igual que respetas tú a los demás.

Así, nuestro protagonista se metió en un bucle que duró varios meses, de aguantar educadamente en la panadería y soportar la regañina de su padre. Así una y otra vez, todos los días. Hasta que su paciencia se agotó. Un día, el muchacho, de más de metro ochenta y cinco, llegó a la panadería y dio un grito acompañado de un puñetazo en la puerta, que los clientes de la panadería recordarán toda su vida. Obviamente, ese día a nadie se le ocurrió colarse, y en el pueblo comenzaron las habladurías "Es un chico muy violento", "Actuando así, ha perdido la razón, y eso que la tenía", "Es un maleducado", "No se puede ir así por la vida", "Debería haberlo pedido educadamente"

Al muchacho, en cualquier caso, ya no le importó, pues desde ese día, nadie le faltó al respeto en la panadería, y además, podía cumplir perfectamente y a tiempo, con las tareas que le encargaba su padre. La historia de este muchacho todavía no ha terminado, pues era muy joven cuando esto sucedió, pero hasta aquí, de momento, hemos terminado con él. 

Ahora yo os pregunto:
¿Pensáis que el muchacho actúo como debía? ¿Tendría que haber seguido soportando el 'ninguneo'? ¿Tendría que haber intentado imponerse por otras vías? El caso es que la "violencia" le funcionó. ¿No pensáis que el resto de los clientes de la panadería son los verdaderos culpables del caso? ¿Acaso no le han enseñado que haciendo las cosas como Dios manda, no se consigue nada y por el contrario, usando la fuerza, sí?
Pensad sobre estas y otras cuestiones que se os ocurran sobre el caso antes de seguir leyendo, pues me acabo de acordar del nombre del muchacho y no quisiera yo influir en vuestras respuestas.


¿Ya?


¿Qué tal si os digo que se llama Gamonal?

viernes, 17 de enero de 2014

Qué se puede aprender durante una guerra

Pronto hablaremos de este libro, Las cinco personas que encontrarás en el cielo, de Mitch Albom, pero antes quiero haceros un adelanto del mismo, con la intención de que me acompañéis cuando publique la reseña. Espero que os guste y os anime a leéroslo.

"Eddie aprendió muchas cosas durante la guerra. Aprendió a ir subido encima de un carro de combate. Aprendió a afeitarse con agua fría que ponía en su casco. Aprendió a tener cuidado cuando disparaba desde un pozo de tirador, no fuera que alcanzara un árbol y se hiriera a sí mismo con un proyectil desviado. 

Aprendió a fumar. Aprendió a desfilar. Aprendió a cruzar un puente colgante de cuerdas mientras cargaba -todo a la vez- con un impermeable, una radio, una carabina, una máscara de gas, un trípode de ametralladora, una mochila y varias cananas colgadas del hombro. Aprendió a tomar el peor café que había probado nunca.

Aprendió unas cuantas palabras de otros idiomas. Aprendió a escupir muy lejos. Aprendió a escuchar la charla nerviosa de un soldado que ha sobrevivido a su primer combate, cuando los hombres se dan palmaditas en la espalda unos a otros y sonríen como si todo hubiera terminado -"¡Ahora podemos volver a casa!"-, y aprendió a soportar la depresión de un soldado después de su segundo combate, cuando se da cuenta de que la guerra no se termina con una batalla, que habrá más y más después de aquélla.

Aprendió a silbar entre los dientes y a dormir en suelo pedregoso. Aprendió que la sarna son unos ácaros que pican mucho y se te entierran en la piel, especialmente si llevas la misma ropa sucia durante una semana. Aprendió que los huesos de un hombre son blancos cuando asoman por entre la piel.

Aprendió a rezar a toda velocidad y en qué bolsillo guardar las cartas para su familia y para Marguerite, por si acaso sus compañeros lo encontraban muerto. Aprendió que a veces estás sentado junto a un amigo en una trinchera, hablando en voz baja del hambre que tienes, y al instante siguiente hay un pequeño guss* y el amigo se desploma y el hambre que tienes deja de importar.

Aprendió, mientras un año se convertía en dos, y dos se convertían casi en tres, que incluso los hombres fuertes y musculosos se vomitan las botas cuando el avión de transporte los va a descargar, y que hasta los oficiales hablan en sueños la noche antes del combate.

Aprendió a hacer prisioneros, aunque nunca aprendió a ser uno. "

* La traducción directa del alemán es "chorro", luego cabe suponer que se refiere a una ráfaga de disparos o algo similar. Por el contexto se entiende algo así, pero si hay alguien que sepa exactamente su significado acepto su aportación muy agradecido.

¡La de cosas que se aprenden en una guerra! Ahora entiendo por qué ha habido tantas a lo largo de la historia y actualmente en todas partes del mundo. 

viernes, 10 de enero de 2014

Microrrelatos matemáticos 2013

Este concurso que se celebra en la Universidad de Alicante, desde hace ya 5 años. Ya el año pasado publiqué una entrada en el blog con los microrrelatos de 2012. Por si acaso no lo leisteis el año pasado, nsiste en redactar un relato con las 20 primeras cifras del número pi (3,141592...), de ahí su denominación de "microrrelatos matemáticos". Es decir, el relato debe tener 20 palabras y, sucesivamente, la primera palabra debe tener tres letras; la segunda, una; la tercera, cuatro; etc. Hay dos categorías: valenciano y castellano.

Este año no pude participar en el concurso, pero me encanta promocionar concursos como estos, que mezclan literatura y matemáticas. Aquí podéis consultar todos los microrrelatos en castellano, y aquí en valenciano.

Los ganadores son los siguientes:

EN VALENCIANO:

Primer premio:

"Mar i pell i sorra. Banyistes on sempre lluïx Sol. Trien petxines descalços, alegres, divertits, nus..."

Segundo premio:

"Per a Anna i Arnau resultava un malson viure amb tanta amargura. Seguirien dormint imaginant que el món acabaria demà."


EN CASTELLANO:

Primer premio:

"Voy a casa y busco recuerdos. La mañana llega sin tener consuelo. Solamente intento continuar sin tu luz, anhelado amor."

Segundo premio:

"Van a peor. Y están sufriendo la crisis fatal que nadie vaticinó...Increíble, sienten esperanza aún. No más mentiras."

Por mi parte, voy a copiar algunos de mis favoritos:

Podéis consultar también los microrrelatos finalistas aquí.

Este año mi favorito es el primer premio en castellano, aunque el segundo premio en valenciano también me gusta. ¿Qué pensáis vosotros?

viernes, 3 de enero de 2014

No te rindas, Mario Benedetti

No te rindas, aún estás a tiempo
de alcanzar y comenzar de nuevo,
aceptar tus sombras,
enterrar tus miedos,
liberar el lastre,
retomar el vuelo.
No te rindas que la vida es eso,
continuar el viaje,
perseguir tus sueños,
destrabar el tiempo,
correr los escombros,
y destapar el cielo.
No te rindas, por favor no cedas,
aunque el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se esconda,
y se calle el viento,
aún hay fuego en tu alma
aún hay vida en tus sueños.
Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo
porque lo has querido y porque te quiero
porque existe el vino y el amor, es cierto.
Porque no hay heridas que no cure el tiempo.
Abrir las puertas,
quitar los cerrojos,
abandonar las murallas que te protegieron,
vivir la vida y aceptar el reto,
recuperar la risa,
ensayar un canto,
bajar la guardia y extender las manos,
desplegar las alas
e intentar de nuevo,
celebrar la vida y retomar los cielos.
No te rindas, por favor no cedas,
aunque el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se ponga y se calle el viento,
aún hay fuego en tu alma,
aún hay vida en tus sueños.
Porque cada día es un comienzo nuevo,
Porque esta es la hora y el mejor momento.
Porque no estás solo, porque yo te quiero.


Porque no estás sola, porque yo, te quiero.