Érase una vez un muchacho de cuyo nombre no logro acordarme. Vivía feliz en un entrañable pueblo encajado en las montañas. Allí, su día a día consistía en acompañar a las ovejas de su padre a pastar, mientras su progenitor quedaba al cuidado del resto de animales de su pequeña granja.
Además, día tras día, el muchacho acudía a comprar pan a la propia casa del panadero, pues era un pueblecito no demasiado grande. A pesar de su pequeño tamaño, la gente acudía en masa a comprar pan allí, pues el que hacían en este pueblito era pan como el de antes, así que siempre era necesario guardar cola para poder comprar. El muchacho era algo retraído y tímido, además de ser muy amable y educado. Y puede que por la unión de todas estas cosas, le tomaban por el pito del sereno. Se pasaba un buen rato viendo cómo la gente se le colaba, pidiendo "por favor" el pan a Pedro, el panadero. "Disculpe", "estaba yo primero", "señora", "pero oiga..." y un sinfín de expresiones cordiales manaban de su boca.
Así, día tras día, se ganaba una pequeña bronca de su padre.
-Hijo mío, no puedes llegar siempre tarde de comprar el pan, te necesito para que lleves las ovejas a pastar.
-Ya, pero pap...
-No, no busques excusas. Has de hacerte respetar, igual que respetas tú a los demás.
Así, nuestro protagonista se metió en un bucle que duró varios meses, de aguantar educadamente en la panadería y soportar la regañina de su padre. Así una y otra vez, todos los días. Hasta que su paciencia se agotó. Un día, el muchacho, de más de metro ochenta y cinco, llegó a la panadería y dio un grito acompañado de un puñetazo en la puerta, que los clientes de la panadería recordarán toda su vida. Obviamente, ese día a nadie se le ocurrió colarse, y en el pueblo comenzaron las habladurías "Es un chico muy violento", "Actuando así, ha perdido la razón, y eso que la tenía", "Es un maleducado", "No se puede ir así por la vida", "Debería haberlo pedido educadamente".
Al muchacho, en cualquier caso, ya no le importó, pues desde ese día, nadie le faltó al respeto en la panadería, y además, podía cumplir perfectamente y a tiempo, con las tareas que le encargaba su padre. La historia de este muchacho todavía no ha terminado, pues era muy joven cuando esto sucedió, pero hasta aquí, de momento, hemos terminado con él.
Ahora yo os pregunto:
¿Pensáis que el muchacho actúo como debía? ¿Tendría que haber seguido soportando el 'ninguneo'? ¿Tendría que haber intentado imponerse por otras vías? El caso es que la "violencia" le funcionó. ¿No pensáis que el resto de los clientes de la panadería son los verdaderos culpables del caso? ¿Acaso no le han enseñado que haciendo las cosas como Dios manda, no se consigue nada y por el contrario, usando la fuerza, sí?
Pensad sobre estas y otras cuestiones que se os ocurran sobre el caso antes de seguir leyendo, pues me acabo de acordar del nombre del muchacho y no quisiera yo influir en vuestras respuestas.
¿Ya?
¿Qué tal si os digo que se llama Gamonal?
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