sábado, 12 de octubre de 2013

El mendigo de la esquina

Como todos los días, al salir del trabajo, pasé por delante del "mendigo de la esquina", como lo llamábamos en la factoría. Pero hoy no era un día cualquiera. Hoy era un mal día. Acababan de anunciar un ERE en nuestra empresa, y yo tenía todas las papeletas para terminar de patitas en la calle.

No sé qué me pasó ese día. Quizá vi mi futuro próximo, y eso no me gustó un pelo. “Tengo 2 hijos. Mi mujer y yo estamos en el paro y nos han desahuciado”, rezaba su cartelito de cartón. Llevaba meses leyendo el mensaje y viéndole la cara, aunque hasta este nefasto día, no me había parado frente a él, absorto en mis pensamientos.

Uno nunca sabe de lo que es capaz de hacer en situaciones críticas. El ser humano, en ocasiones, cruza líneas que nunca se habría visto capaz de sobrepasar. Así que allí estábamos los tres: el mendigo, mi egoísmo y yo.

La idea de acabar como él me turbaba en exceso, supongo que como a cualquier hijo de vecino, e imagino que esto fue lo que incitó mi momento de locura. No recuerdo cuántas puñaladas le asesté, pero acabé con él de forma rápida y eficaz. Fue una muerte que llevaba gestándose mucho tiempo, desde que le vi por primera vez. Solo necesité un último empujón: la desazón.

Necesité verme reflejado en aquel hombre y compartir su desesperación para mover ficha. Sé que es triste, quizá vergonzante, pero así es como sucedió. No he sido nunca una persona que destaque por su empatía ni por su solidaridad. Más bien al contrario. Siempre he pecado un poco de arrogancia y avaricia, pero como ya digo, ese día todo cambió.

Ayudé al indigente a ponerse de pie, le llevé a mi casa, le di de comer, le lavé de los pies a la cabeza y le vestí con mi ropa. Le pregunté, entretanto, qué sabía hacer. Y sin más, salimos a la calle, a buscarle un trabajo "de lo suyo". Y lo encontramos. Ramón era carpintero, y mi hermano fabricaba muebles.

¿Que qué aprendí ese día? Que tenemos el poder de cambiar las cosas, de transformar nuestros días malos en días maravillosos para otros...e indirectamente, para nosotros mismos.

Como siempre, en la ficción, las cosas son más fáciles que en la realidad, pero quizá solo sea una cuestión de fe. De creer que cualquier empujoncito que podamos dar puede ayudar. No hace falta recoger a gente por la calle, subirla a tu casa, darle de comer, ropa y ayudarles a encontrar trabajo. Una sola persona no puede hacer todo eso, y además, la caridad es perfecta para sobrevivir, pero no para vivir. Debe ser un complemento.

Sin embargo, sí podemos defender sus derechos defendiendo los nuestros. Todos juntos. Pelear para que se terminen las injusticias sociales. ¿Por qué tenemos que apretarnos un cinturón que muchos banqueros y políticos ni siquiera llevan puesto?

No lo olvidéis, y sobre todo, no esperéis a veros en la indigencia para luchar por lo que es justo.

1 comentario:

  1. joer k bueno...emocionante...hasta k no lo vemos cerca...un pokito de todos para ayudar a los necesitados y un muxo de todos para acabar con los desaprensivos creadores de está situación...

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